Niñez herida y límites: cuando sanar significa volver a escucharnos

¿Te has preguntado por qué a tantas mujeres nos cuesta poner límites? ¿Por qué seguimos en relaciones que nos duelen o nos anulan? La respuesta no siempre está en el presente. Muchas veces, la raíz de este dolor está en nuestra niñez herida, en el sistema que nos formó y en las creencias que nos inculcaron desde pequeñas.

Hijas del patriarcado y el neoliberalismo: ¿Quién nos enseñó a callar?

Crecimos dentro de un modelo social marcado por el neoliberalismo, que nos empujó a competir, a reprimir lo que sentimos, a priorizar lo individual y a buscar validación externa. A esto se suma el peso del patriarcado, la religión y la cultura, en el cual nos educaron para complacer, para ser «niñas buenas», para entender el amor como sacrificio.

La infancia: donde se construye nuestra historia emocional

La forma en que fuimos miradas, cuidadas y contenidas en la niñez marca profundamente nuestra autoestima y nuestros vínculos futuros. Una niña que fue condicionada a portarse bien para recibir afecto, crecerá buscando amor a cualquier costo.

Los vínculos primarios son nuestra primera escuela emocional. Y si en ese espacio hubo dolor, abandono, sobreexigencia o invalidación, es probable que crezcamos sintiéndonos «no suficientes», «no valiosas», «no vistas». Desde ahí, muchas veces, aparece la dependencia emocional.

Amor romántico y dependencia: el precio de buscar lo que nunca tuvimos

Nos educaron para creer que el amor todo lo puede. Que si luchamos lo suficiente, nuestra pareja cambiará. Que si duele, es porque es verdadero. Pero lo cierto es que muchas mujeres no aprendimos a amar, sino a aferrarnos a lo poco que nos dan, porque en el fondo estamos intentando sanar una herida que viene de la infancia.

El concepto de amor romántico que hemos aprendido, está lleno de mitos que perpetúan la desigualdad y la subordinación: almas gemelas, medias naranjas, relaciones eternas a cualquier precio. Y así, confundimos amor con sufrimiento, cuidados con control, compañía con dependencia.

Violencia intrafamiliar: cuando la herida se vuelve normalidad

Muchas mujeres que vivieron violencia intrafamiliar en la infancia —ya sea como víctimas directas o como testigos— aprendieron desde muy pequeñas a normalizar el maltrato, el grito, el control o la indiferencia emocional. El hogar, que debiese ser un espacio de protección, se convierte en un campo de tensión constante.

Cuando la violencia es parte del paisaje emocional desde la infancia, se desdibujan los límites entre lo que es amor y lo que es abuso. Así, al llegar a la adultez, muchas mujeres toleran relaciones insanas porque su historia les enseñó que eso es lo esperable, que el amor implica sacrificio o incluso sufrimiento.

Frases como “los que se pelean se quieren” o “quien te quiere te aporrea” no solo perpetúan estereotipos, sino que instalan en la psiquis una idea profundamente dañina: que el amor duele. Y si aprendimos eso, es probable que entremos en vínculos violentos sin poder reconocer las señales, o creyendo que debemos aguantar, callar o cambiar al otro para ser merecedoras de cariño.

Pero no. El amor no duele. La violencia no es amor. Y si hubo violencia en tu infancia o en tus relaciones actuales, es posible sanar. No estás condenada a repetir lo que viviste. Puedes reconstruir tu historia desde un lugar de respeto, dignidad y autocuidado.

¿Qué son los límites y por qué son tan importantes?

Los límites emocionales son esas líneas invisibles que nos permiten proteger lo que sentimos, lo que pensamos y lo que necesitamos. Son como bordes sanos que delimitan nuestro espacio interno y marcan hasta dónde llega el otro y desde dónde comienzo yo.

Poner límites no significa rechazar, abandonar o dejar de amar. Poner límites es cuidar. Cuidarme a mí misma, cuidar mis tiempos, mis decisiones, mi bienestar. Es decir “esto sí lo permito” y “esto no”, desde un lugar de conexión conmigo, sin tener que justificarme ni sentir culpa.

Cuando no aprendimos a poner límites en la infancia —porque fueron ignorados, violentados o desdibujados— es común crecer sintiendo que debemos aguantar, ceder o callar para evitar conflictos. Por eso, reaprender a poner límites siendo adultas es también una forma de sanar a la niña que no pudo hacerlo.

Los límites: ese acto radical de amor propio

Aprender a poner límites siendo mujer en este contexto no es fácil. A muchas nos enseñaron que callar es amar, que ser dócil es lo correcto, que no incomodar es lo esperado. Pero poner límites no es rechazar al otro, es empezar a escucharnos a nosotras mismas.

Los límites sanos comienzan en la infancia, cuando cuidadores responsables nos enseñan que nuestras emociones importan, que decir “no” es válido, que merecemos ser tratadas con respeto. Cuando eso no ocurre, se instala la culpa, la sumisión y el miedo al conflicto.

Psicoterapia con aroma a libertad: sanar la niña, despertar la adulta

La psicoterapia con enfoque feminista no solo busca sanar el dolor de la infancia, sino también cuestionar el sistema que nos formó. Se trata de acompañar a otras mujeres a reconocerse, a escucharse, a validar su historia y a construir nuevas formas de estar en el mundo.

En este proceso, la conexión con la niña interior es clave: esa parte de ti que aún busca protección, afecto y validación. Darle un lugar, acompañarla con amor, enseñarle que ahora sí hay quien la cuide: tú misma.

Este camino no es solo individual. Es también político, colectivo y espiritual. Volver a las redes de mujeres, a la tribu, a la comunidad que contiene y no compite. Volver a la mujer salvaje, libre, intuitiva y poderosa.

Una invitación a volver a ti

Si algo de todo esto resuena contigo, si alguna parte de ti se sintió identificada, emocionada o removida, quizás ha llegado el momento de comenzar a mirar hacia adentro. De hacer una pausa y preguntarte: “¿Qué necesito yo?”

Sanar la niñez herida no es olvidar el pasado, es darle un nuevo sentido. Es dejar de complacer, de justificarse, de buscar afuera lo que ya habita dentro de ti. Es aprender a decir que no sin culpa, a escucharte con respeto, a tratarte con ternura. Es, finalmente, reconocerte como la mujer valiosa que eres, aunque a veces el mundo se haya empeñado en hacerte sentir lo contrario.

Tu libertad es primero. El amor hay que pensarlo, no solo sentirlo.


Psicoterapia para mujeres: un espacio para reencontrarte contigo

Soy Yasmina Hernández Mendoza, psicóloga y en el Centro Médico Trizano, en Temuco, acompaño a mujeres que desean sanar su historia, reconectar con ellas mismas y aprender a establecer límites desde el amor propio.  

Agenda tu primera sesión y da el paso hacia una vida más auténtica, libre y en paz contigo misma. Sanar es posible. Estás a tiempo. No estás sola.